Marlon Puertas, desde Eagle Pass, Texas.
Es viernes, 23 de febrero de 2024, y pasadas las seis de la tarde de este invierno es como que recién el sol se apiada un poco de sus súbditos y finalmente debilita su castigo. Todo parece normal en el puente internacional fronterizo de Eagle Pass/Piedras Negras, Estados Unidos/México, hasta que a esa hora dos escenas diametralmente opuestas se verán frontalmente a los ojos.
Al norte, en Eagle Pass, un carrito de golf lleva a un jugador que se baja en el amplio y bien cuidado campo verde, listo y dispuesto a realizar el mejor swing de la tarde. Su mayor aspiración, el ideal de ese momento, sería un hoyo en uno. Eso lo pondría muy feliz, victorioso.
Al sur, en Piedras Negras, un jovenzuelo carga sobre su cabeza una boya negra inflada, no muy grande y va acompañada de dos adolescentes. Son casi niñas. Se lanzan los tres al río Bravo/Grande y empiezan a cruzarlo con determinación, dispuestos a vencer la corriente que no es muy fuerte. Su mayor aspiración de ese momento -el ideal de sus vidas-, es llegar al otro lado, Estados Unidos. Eso los pondría muy felices, victoriosos.
Estos protagonistas de la tarde están en línea recta, separados apenas por el río y por estilos que no coincidirán en ningún momento, con seguridad. Pero por esta vez, quedan cerca, apenas a metros de distancia. Si se lo propusieran de ambos lados, hasta podrían darse la mano, preguntarse cómo los ha tratado la vida.
Eso no será posible porque en medio hay obstáculos y no son pequeños. Grandes contenedores viejos, para comenzar. Y encima de estos y al frente de estos, metros y más metros de gruesos alambres de púas enrollados de tal manera para que provoquen un fuerte daño si alguien se anima a cruzarlos. De remate, hay militares armados estadounidenses cuya presencia ha convertido al campo de golf -y al parque que lo cobija, el Shelby Park- en una nueva fortaleza militar que tiene como misión frenar la invasión -así la llaman muchos en Estados Unidos- de miles y miles de migrantes provenientes de todos los rincones del mundo, que no tienen el permiso del dueño de casa para poder entrar. Las cuentas indican que solamente en la administración de Joe Biden, desde 2021 han ingresado a Estados Unidos irregularmente 7,2 millones de personas.
El campo de golf es grande, tan grande que cubre todo el espacio que separa, en territorio estadounidense, a los dos puentes internacionales fronterizos de Eagle Pass/Piedras Negras. Allí está, al filo del río en donde han muertos tantas personas y con tanta frecuencia, que es difícil tener una cifra exacta de los fallecidos en esas aguas. Ni la crisis migratoria que tuvo su más alta ola en diciembre -250.000 solo en ese mes-, detuvo los juegos de golf. Hasta hay videos en los que se ve a los felices deportistas lanzar tiros frente a decenas de lánguidos e infelices migrantes detenidos por los militares debajo del puente, convertidos en inesperados espectadores de un juego que ellos nunca jugarán, porque al cabo que ni quieren ni les interesa.
Es el contraste de vidas opuestas, con intereses diametralmente distintos.
MIGRANDO CUESTE LO QUE CUESTE
En enero, las cifras que hubo en diciembre de migración irregular bajaron a la mitad y en febrero, se espera una reducción aún mayor. Los obstáculos puestos en las orillas del río Grande y el control militar que incluye patrullajes en lanchas, parece que ha tenido inmediatos resultados. Pero ni de cerca eso significa que el problema de la migración ha terminado.
El joven coyotero -que no aparenta más de 18 años- que trasladó este viernes 23 de febrero por el río Bravo a dos niñas, ya está de vuelta a la ciudad de Piedras Negras, en donde a ninguno de los paseantes en el malecón mexicano que da la bienvenida/despedida al puente y al río, les causa ninguna reacción ver que alguien se arriesga a botarse al agua. Les da igual.
-Esos chicos se van pal otro lado, ¿no?, se le pregunta a un joven que estaba sentado en el césped.
-Pos sí.
Y ya. Nadie se sorprende con la escena.
-Eso no es nada. En noviembre se pasaban por docenas el río. Esto era un desmadre, todo el día, cuenta una jovencita que es de Puebla, pero ya vive dos años en Piedras Negras.
-¿Y tú no te animas a irte al frente?, se le pregunta.
-¿Y yo que voy a hacer allá? Bien estoy aquí, responde en forma pragmática.
Estos diálogos se dan mientras en el malecón mexicano hay padres con sus niños paseando, un vendedor de canguil acaramelado y paletas del Chavo manejaba su triciclo pitando una corneta y un par de enamorados se daban un piquito en una bicicleta de alquiler. Las chicas migrantes no están tan tranquilas, porque ahora les pidieron a los diez militares que llegaron al punto, que las dejen pasar al territorio estadounidense. Les respondieron que no.
Las jovencitas no aceptaron la negativa. Y ahora estaban allí, paradas, queriendo pasar frente a todo un operativo militar dedicado para ellas.
«¡Ayudaaaa! ¡No nos dejan pasar!», gritaba una y la súplica iba dirigida al chico que las transportó en la boya, pero que ya estaba de vuelta y no las regresó ni a ver.
Esa era la situación, a esa hora, seis y diez minutos de la tarde. Las niñas parecen tener fuerza y estar dispuestas a esperar. Nadie se cansa.
El sol sí se cansó. Hasta el día siguiente, que de seguro volverá con más fuerza.
LA TORTURA DE TEXAS
Estar solo una hora soportando el sol de invierno de Texas, resulta una tortura. La inclemente fuerza del astro rey no solo agota, deshidrata, debilita las piernas de quienes se atreven a desafiarlo confiados en una temperatura que se siente agradable por el viento que corre, en primera instancia. Pero esto solo es una impresión ligera de la que no hay que fiarse. La realidad es que en Eagle Pass no solo hay tener la fuerza de voluntad para comenzar la larga pelea de enfrentarse al mundo, sino también a los avatares del clima. Llevar al parque a los niños ya no resulta una tan buena idea en Eagle Pass. Al menos no al Shelby Park, que por estos días más parece ser una base militar. Y de hecho, lo es. En la entrada, que está controlada por militares armados, bloquea el paso un vehículo de combate, de esos que se ven tan potentes e infranqueables que cualquiera los imaginaría rodando en lejanas tierras hostiles de Afganistán o Irak.
Pero, no. Están aquí, prácticamente en la línea de frontera con México, para meter miedo a débiles y cansados migrantes que provienen de todos lados y que en un gran número, no saben ni para dónde quieren ir.
Aún así, no le huyen al encuentro con estos soldados. Al contrario, van en busca de ellos, porque en el fondo están conscientes de que esta guerra -si es que se puede llamar guerra- no es una convencional, de aquellas que cuestan millones y millones de dólares con la consiguiente carga de miles de vidas perdidas. Aunque acá también se está gastando mucho dinero y se está muriendo mucha gente.
¿Cuántos migrantes han muerto al tratar de cruzar el río fronterizo entre México y Estados Unidos a lo largo del tiempo? Difícil tener ese dato, ´pero sí se puede decir que solo en lo que va de este 2024, se tiene registrados 43 ahogados, 23 atendidos del lado mexicano y 20 del estadounidense. El 12 de enero se tuvo la noticia de tres víctimas más, una madre y sus dos hijos, todos mexicanos. Los fallecidos fueron identificados como Victerma de la Sancha Cerros, de 33 años; Yorlei Rubí, de 10 y Jonathan Agustín Briones de la Sancha, de 8 años.
Estas muertes causaron revuelo y acusaciones mutuas entre la administración de Joe Biden y las autoridades de Texas. Trataban de determinar si la presencia militar del Estado de Texas, que ha impedido la acción de la Patrulla Fronteriza Federal -que está bajo el mando de la administración Biden- pudieron haber provocado que no se rescate oportunamente a los migrantes ahogados. Texas rechazó la acusación.
Este solo fue el último capítulo de una fuerte disputa entre algunos Estados con la administración de Joe Biden, a la que acusan de haber abierto en Estados Unidos la puerta de par en par a los migrantes ilegales, provocando lo que ya consideran es una invasión. El líder de los Estados que se han enfrentado a Biden terminó siendo el Gobernador de Texas, Greg Abbott, un recio político republicano que ha impuesto su autoridad desde 2015 en que llegó a su cargo. Sentado en una silla de ruedas por una parálisis de la cintura hacia abajo debido a un accidente que sufrió cuando era estudiante, Abbott comenzó a tomar decisiones radicales contra los migrantes sin papeles en 2021, cuando lanzó en marzo la Operación Lone Star (Estrella Solitaria), para responder a un aumento en la inmigración ilegal. En mayo de ese año, el gobernador Abbott emitió una declaración de desastre que abarcó 48 condados, principalmente condados a lo largo de la frontera o cercanos a esta. La declaración ordenaba al Departamento de Seguridad Pública “usar los recursos disponibles para hacer cumplir todas las leyes federales y estatales aplicables para evitar la actividad delictiva a lo largo de la frontera, incluyendo la entrada ilegal, el contrabando y la trata de personas, y asistir a los condados de Texas en sus esfuerzos para hacer frente a dichas actividades delictivas”.
En julio de 2022, Abbott ordenó a los agentes de la Guardia Nacional y del Departamento de Seguridad Pública arrestar y enviar a la frontera de México a los migrantes ilegales que se encuentren en el territorio.
A la luz de las cifras después de estas órdenes, los resultados jugaron totalmente en contra de Abbott, porque los ingresos irregulares se dispararon en 2023. Entonces resolvió tomar acciones de hecho, directamente sobre el río que era la principal vía de ingreso. Bloqueos, alambres de púas, contenedores, presencia de militares. Esta acción sí bajó la ola y los números se redujeron a la mitad en enero y se espera una disminución mayor en febrero de 2024.
LA PURGA, EN LA VIDA REAL
Así pasan los días en Eagle Pass, ciudad que es solo un pequeño punto de la inmensa frontera que hay entre Estados Unidos y México -3200 kilómetros de extensión-. Aún siendo tan solo un pueblo de no más de 30.000 habitantes, de pronto ganó titulares y primeras planas en noticieros y periódicos del mundo. No por gusto. Ahora por sus calles circulan carros militares que se suman a las patrullas regulares de Texas. Los uniformados han provocado un inesperado boom de ocupaciones hoteleras y las habitaciones regulares ahora se ofrecen por el doble de precio. Por lo demás, todo sigue igual. Las calles más comerciales siguen ofreciendo ofertas de baratijas y de ropa texana en viejos edificios que pasaron los 100 años de haberse levantado, como en el Viejo Oeste. Desentona de cuando en cuando unos lastimeros corridos mexicanos, música que sale de una típica casa ubicada casi en las afueras. Porque en Eagle Pass la inmensa mayoría tiene origen mexicano, sea que haya nacido en esta tierra o haya llegado. La sangre es la sangre.
Como Ricardo Flores, quien se encontraba haciendo campaña política por los republicanos en las elecciones anticipadas que en Texas comenzaron el 20 de febrero. Ricardo primero deja en claro que él «es americano, nací aquí», y que sus padres son mexicanos. Él goza de la doble ciudadanía estadounidense-mexicano, pero su posición respecto a la migración irregular es clara: apoyo total al Gobernador Abbott porque ya es hora de poner un freno. «¿Quieren entrar a Estados Unidos? Ok, vengan, pero con sus papeles en regla. Pidan visas, asilos, lo que sea, pero con el permiso del país».
Flores fue con ese discurso a hacer campaña en el pequeño pueblo de Quemado, a unos 30 minutos de Eagle Pass, en Texas. Aquí no hay más de 200 habitantes, pero hizo noticia el 4 de febrero porque fue el punto de encuentro de un convoy anti-migrantes procedente de algunos puntos del Estado, cuya intención era enviar un mensaje claro: «La lucha en el país no es entre republicanos y demócratas sino entre patriotas y traidores», dijo en su discurso un militar retirado de 50 años. «Si el gobierno no puede solucionarlo, entonces nosotros, el pueblo, vamos a arreglar esto», siguió con tono desafiante.
El encuentro en Quemado no llamó la atención por la concurrencia -se habían anunciado miles y miles de personas, al final no fueron tantas- pero sí por los mensajes que se transmitieron. En la carrocería de un vehículo se leía «Únete a la pelea de Dios y en el evento se vendían camisetas con leyendas Pro-Vida, Pro-Armas y Pro-Dios. Los discursos siguieron esa misma línea.
Al final, todo terminó en santa paz.
Pero solo un día después, el 5 de febrero, las alertas se encendieron.
Un hombre de Tennessee fue arrestado y acusado por el gobierno federal de conspirar para unirse a una milicia para atacar a los inmigrantes en la frontera sur, Eagle Pass, específicamente.
Paul Faye, de 55 años, de Cunningham, fue arrestado después de decirle a un oficial encubierto del FBI que estaba investigando una milicia de extrema derecha que estaría dispuesto a «revolver el avispero» en la frontera y eliminar cualquier oposición con un rifle de francotirador, según la denuncia penal presentada en el Tribunal de Distrito de los Estados Unidos en Tennessee.
“Los patriotas se van a levantar porque estamos siendo invadidos”, había dicho Faye en una llamada telefónica con el agente encubierto, refiriéndose a la crisis en la frontera. Después de detener a Faye, los agentes del orden encontraron varias armas de fuego en su propiedad, incluida una escopeta de cañón corto y una pistola Springfield XD, un silenciador de arma de fuego, un parche de la milicia y cientos de cartuchos. Ahora Faye puede ser condenado a una pena de 10 años de cárcel y a una multa de $250.000.
LA LEY DEL MÁS FUERTE
La ley SB4 ya mete miedo y eso que ni siquiera entra en vigencia en su totalidad. Aprobada a mediados de noviembre por la legislatura de Texas —controlada por los republicanos— y ratificada un mes después por el Gobernador Greg Abbott, la ley SB4 convierte en delito menor el que un foráneo “ingrese o intente ingresar al estado desde una nación extranjera” de forma irregular.
Gran parte de los residentes en los límites de Eagle Pass y que son vecinos del río Grande, son mexicanos o hijos de mexicanos que tienen a su lado derecho no una casa como la de ellos, sino que al abrir su ventana se topan con el gran cerramiento -muro lo llaman- de unos cuatro metros de altura, puesto como un obstáculo más de los visitantes que no han sido invitados.
-Pinches migrantes, es lo que contestan cuando se les pregunta sobre la situación que se ha vivido en estos meses.
Partes de la nueva ley de Texas comenzaron a regir el 6 de febrero, específicamente la que establece que se impondrá una pena mínima obligatoria de 10 años a quienes sean acusados de tráfico de inmigrantes indocumentados. Pero si el delito es considerado grave y de primer grado, la pena mínima de cárcel asciende a 15 años o más si existe otra disposición legal que sea aplicable al caso. El Gobernador Abbott celebró esta aplicación. La ley completa regirá a partir de marzo.
Es decir, el jovenzuelo que pasó en una boya a las dos niñas el pasado 23 de febrero, con lo que comenzó este reportaje, podría caer en los hechos imputables a este tipo de delito. 15 años en prisión. Por eso el chico huyó rápido del río con su boya a cuestas.
Y las niñas adolescentes, para terminar esta historia, siguieron esperando al borde de la orilla del río pasadas las siete de la noche. Los carros y los militares que llegaron al punto seguían allí, pero una vez que cayó la noche, casi a las 8 P.M., permitieron subir a las pequeñas y pisar territorio estadounidense. Una vez arriba y superado el cerco de alambres las niñas fueron llevadas a uno de los carros y les comenzaron a hablar, largas peroratas, que seguramente no eran las palabras de bienvenida. Pero a estas alturas, a las niñas eso era lo que menos les importaba. Ya estaban adentro.